Los navegantes de altamar: un modelo para viajar de manera sostenible

Con 20 travesías del Atlántico bajo la quilla y una firme conexión con el océano, me encuentro con Dan reparando tranquilamente sus botas de montaña en cubierta. "No tiene sentido tirar un buen par de botas", afirma. Mientras nos sentamos para nuestra puesta al día anual, se prepara un aromático café expreso a presión manual.

Si uno pasa tiempo con navegantes de altamar, pueden surgir ciertos patrones. Como ocurre con muchos viajeros experimentados, su huella de carbono suele ser pequeña y ordenada. La propulsión se basa casi exclusivamente en energías limpias (viento, mareas, hidroeléctrica y solar) y, dado que el espacio a bordo es escaso, las posesiones se limitan en número y se orientan hacia la multifuncionalidad y la reparabilidad. Del mismo modo, el suministro limitado de energía, agua y alimentos requiere un cuidadoso racionamiento y previsión, sobre todo cuando el próximo punto de reabastecimiento podría estar a un par de semanas de distancia.

También hay que destacar la apertura y la convivencia entre los navegantes que se encuentran en los fondeaderos o puertos deportivos.  Dejando a un lado las barreras normales que impiden conversar fácilmente con extraños, las vidas pasadas son casi irrelevantes, y muchos marineros cuentan la facilidad con la que se hacen amigos, intercambiando historias con la certeza de que mañana será otro día y potencialmente otro destino. La mayoría también reconoce sentirse especialmente dispuesto a ayudar a los demás cuando lo necesitan y cuando es posible, lo que refleja la ley y la tradición marítima. Al hablar con Joan Conover, del SV Growltiger, describió el proyecto Clean Wake de la Seven Seas Cruising Association, un esfuerzo voluntario honorable y loable que se está llevando a cabo en el Caribe y América Central para ayudar a las comunidades que sufren los efectos destructivos de los fenómenos meteorológicos extremos: "Somos cruceros que ayudamos donde podemos... simplemente nos juntamos y arreglamos cosas".

La cultura de la solidaridad abarca naturalmente la vida marina. Sin embargo, lejos de alimentar una noción romántica de la vida silvestre, los navegantes recuerdan encuentros profundos y a veces alarmantes que moldean sus hábitos. La solo-circunnavegadora Izabel describe el horror de presenciar cómo una gaviota ingiere una bolsa de plástico entera y ha observado a polluelos demasiado débiles para volar por haber sido alimentados con una dieta de residuos de plástico. Una regla clara y firme es que no se echa nada al mar.

Esta sensibilidad medioambiental se extiende a la contaminación acústica. Los navegantes son plenamente conscientes de cómo se transmite el sonido por el agua y ajustan en consecuencia sus niveles de sonido, durmiendo con un oído abierto, incluso en una noche aparentemente tranquila en un fondeadero protegido. No esperes hacer muchos amigos al llegar en una lancha con un generador ruidoso o acompañada de entusiastas de la moto acuática. El código, desarrollado tal vez a través de compartir alojamientos estrechos e incómodos con personas cuyos hábitos y comportamientos pueden no coincidir con los de uno, junto con largos períodos de silencio meditativo en el timón, comparte mucho con el mindfulness.

"El respeto. El respeto lo es todo", explica Oliver, que ha pasado los últimos 8 años viviendo a bordo, escribiendo guías para navegentes y organizando rallys transatlánticos. "En un barco tenemos el gran lujo de visitar lugares fuera de la ruta turística. Investigamos una nueva zona antes de llegar para asegurarnos de que respetamos las costumbres o tradiciones; compramos productos locales a las comunidades costeras y procuramos tener el mínimo impacto posible".

Más allá de la simple interacción con la gente local a fin de reponer alimentos y materiales, muchos navegantes pueden contar una o dos anécdotas divertidas de un rico acervo de experiencias memorables, en las que, la mayoría de las veces, son el blanco de las bromas...

Dan se encoge de hombros: "Sólo hay que tener la mente abierta".

Como modelo a seguir para viajar, y hasta vivir de manera más sostenible, es difícil de superar.


Muchas gracias a Dan Hogarth, Izabel Pimentel, Oliver Heinrich Solanas y Joan Conover por su tiempo, sus relatos de viajes y su inspiración.